A L M E J A
Pintemos una casa, color sonrisa,
por favor, pintémosla con las manos, desnudando nuestras miradas mientras nos
dejamos ahogar con el aroma de los colores.
Pintemos una casa que este en la
punta de la luna, pero antes pintemos el cohete con el que viajaremos hasta
allá y así el viaje se nos cortará a la mitad y no habrá que pedir aventón
en medio del trayecto galáctico para
llegar sanos y salvos a esa casa que quiero teñir con color risita.
¡Yo lo maté! Grite al precipicio
donde sólo un paso me separaba de la muerte, me lance hacia atrás, para ver el
cielo más claramente y neutralizar todas las sensaciones que tenía trancadas en
la frente, sino lo hacía éstas empezarían a escribirse en mi cara y en
realidad, yo, no estoy para aguantarme historias de sensaciones descontroladas
y mucho menos en mi cara. Desde allí el sol se veía más verde que nunca y el
cielo, como siempre estaba azul, sin embargo ese azul, de aquella mañana era un
nuevo azul, quizás no era azul, pero yo le di ese nombre, porque el color me
gustó.
Había nubes, unas pocas, pero
había, tenían formas obscenas de esas que me dan risa, de esas que me gustaba
mirar mientras descomponía melodías en cantos y pensamientos verdes, macabramenteverdes, recuerdo que siempre
que me ponía en dicha tarea la compañía de esa almeja nunca hacía falta, era
nuestro plan favorito, era el plan para perder la cabeza, pero dejar la
sonrisa, dejar el ruido de la carcajada.
Almeja siempre me decía que a veces
exagerábamos malpensando, pero simplemente lo seguíamos haciendo, sólo por
diversión como la mayoría de nuestros planes juntas.
Me encanta cuando nos agarramos a
carcajadas, con todas las vocales y cada una en un piso diferente, llenábamos
la casa de risa, sin embargo la casa no se inflaba, nuestra risa no hacía la
función de Helio y es una lástima, me hubiera gustado elevarme a su
verdeazulado siempre que estuviera a su lado, pero bueno, nos elevábamos con
fotografías empijamadas e invertidas,
la sonrisa estaba al revés y nuestra cara se ponía roja de la gravedad, se
ponía rojo felicidad.
Recorríamos escaleras alteradas por
el movimiento de la vida, por el polvo típico que tiene una casa y llegábamos a
ese lugar que parecía estar en otro planeta, que tenía un portal visual, una
pared negra como la noche, la cual también tenía su luna y entonces Almeja
elegía su rincón el más oscuro si era posible, el más apartado, donde esperaba
que su presencia ya no fuera física, sino fuera sonora, entonces éramos la voz
de Almeja, su risa y yo, hablando de estruendos mentales, de los sueños, música
y de lo que más detestábamos del mundo. Entonces las tardes siempre se hacían
muy alucinantes y cuando el cielo llegaba al color negro, Almeja huía y yo me quedaba sola en esa habitación
de otro mundo y la recorría con mis ojos, y recordaba el cuadro que alguna vez
encontré entre un desorden de recuerdos y que resultó para mi sorpresa ser de
aquel hombre que apartó su vida de la mía hace ya varios años.
Almeja siempre supo de éste hombre
y de lo mucho que llego a extrañarlo, sin embargo nunca me decía que estuviera
mal recordarlo o no dejarlo ir, supongo que ella siempre supo que se iría solo,
cuando yo menos lo notara, así como todo en esta vida.
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