JUAN


La rosa que me regalaste ayer  murió en la madrugada, mientras yo me iba mezclando con la noche, mientras las estrellas y el aro que tenia la luna a su alrededor me sometían en los sueños más convenientes y felices, al entrar me sujetaba fuertemente con las dos manos del recuerdo de esa rosa amarilla, amarilla como tu felicidad, como tu sonrisa de niño.
Ese recuerdo me hería y de cierta forma también me torturaba placenteramente, tanto que me envicie a ese dolor, dolor que solo un buen masoquista podría soportar, ahí fue cuando descubrí que mi masoquismo era algo serio, algo que no controlaba y que cada día se hacía más y más fuerte.
Y tu rosa se hizo mi historia, mi dolor, mi placer, mi vicio, a lo mejor y fue gracias a tu esencia oculta entre sus tantos miles de pétalos, fue así como entre miles y miles de dolores placenteros mi fe fue más ciega que cualquier otra, mi fe fue la cúspide de muchas satisfacciones, pero más adelante de muchos engaños, engaños que ni el masoquismo pudo aguantar.
Hoy siento que por más que mi masoquismo siga ahí, siga absurdamente clavado en mí, la felicidad del poder tenerte no se compara al placer que tal dolor me hacía considerar.
Me doy cuenta que siempre estás tú, y eso es lo que me hace tan feliz, tan aceptante de la vida, de las mañanas bonitas, de las tardes junto a ti, de las sonrisas y las absurdas peleas, sabes que por más que no sea la mejor, que falle un montón, que no desempeñe mi mejor papel, siempre, siempre ten presente que si estás conmigo, ya no hará falta nada.

Comentarios

Entradas populares de este blog

CARTA A UN AUSENTE

La vida