Un mundo denso...

Vas pedaleando tu bicicleta al ritmo de la música, al compás de los colores que refleja la noche, y la melodía que produces es esa sinfonía que te transporta a algo astral, algo donde los sentidos se hacen dueños del espacio, se pronuncian en su mayor expresión  y por consiguiente se contrastan unos entre otros creando mundos, mundos donde todo es bonito, donde todo pinta como un cuento, donde el oxígeno no es el detonante del fin de tu cuerpo (como lo es en el mundo real) sino es como el helio, te hace reír, te revienta el estómago  y salen las onomatopeyas de la risa, de las carcajadas.

Vas pedaleando tu bicicleta y entonces un rayo de luz se apodera de tus ojos, los hace más castaños y profundos, enreda tu cabello y lo contorsiona, luego de unos pedaleos más te das cuenta que no hay marcha atrás y recuerdas esa idea de tiempo, recuperas su noción, recuerdas la suspicacia del humo de cigarrillo que exhalabas cuando observabas a la luna y recolectabas con tus neuronas las estrellas fugaces que luego pondrías en tu álbum de fatalidades, en ese trocito de cielo que te falta completar en tu mundo de sentidos, que creas cuando los sabores se convierten en el límite de lo infinito…



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