UNA PERSONA COMPLETA

Su piel estaba tibia luego de despertar, estaba llena de vida, como si el mundo le hubiese descargado un montón de energía a ese cuerpo que pocos días antes estaba vacío. No recordaba cómo se sentía la vitalidad, se extrañaba a sí misma. Sin embargo, entendió que sus sentimientos estaban en invierno y por eso, hibernaban.
En el ocaso de ese invierno logró repensarse y sintió sus emociones tan suaves como el terciopelo, tan suaves como el sabor del chocolate en la mañana, tan suaves, que al principio no logró reconocerlos; se sentó todo un día en el borde de un acantilado a ver las nubes pasar, el cielo pasar, la vida pasar, pero no lo encontró como un desperdicio, al contrario, se sintió más plena que nunca, pues la infinitud de tranquilidad que esa acción le produjo, fue más placentera que nada en ese momento. Entonces, se descubrió nuevamente en su habitación pensando en la suavidad de sus sentimientos, pensó tanto que regresó en el tiempo, a ese día, en ese preciso acantilado donde la súbita y placentera tranquilidad la tomo en sus brazos y la mantuvo ahí, hasta el día de hoy. Todo eso había sido un flashback.
Nunca ha odiado la tranquilidad, siempre la ha respetado y elogiado, pero, entendió que la quería alejar un poco de su vida, quería quizás otras cosas, algo más que tranquilidad. Necesitaba seriamente comprender por qué estaba en esa vida, no tenía ánimos de morir, no, claro que no, pero si quería llegar a entender su existencia e incluso su pre y pos existencia. Les temía un poco, pero más a lo que seguía después del existir, su existir. No creía mucho en que alguien más allá de unos pocos familiares y amigos la recordaran, es más, pensaba que su afán de querer ser recordada la iba a sentenciar más al olvido.  
Se moría por escribir cartas, con o sin destinatario, encontraba fascinante la idea de estar presente en otra parte del mundo, por medio de cartas, palabras y qué mejor aún, sentir que su voz vivía en la mente de quienes recibían y recitaban sus cartas.
Le encantaba volar e intentar recordar su infancia, porque sin duda era una tarea muy ardua, la de volar no tanto, pero la de recordar y sobre todo su niñez, sí. Cada día quería tomar partes de su pasado, pequeñas claves: libros, juguetes, cuadros, telas, objetos, fotografías e incluso los vagos recuerdos que algunas veces aparecían en sus sueños y que al siguiente día su inconsciente, muy amablemente, le permitía recordar.
Tristemente siempre su infancia era como un sueño, un sueño mitómano, y entre más la contaba más cambiaba, más se creía la mentira que salía de cada narración. Pero bueno, creo que esto nos sucede a todos, ciertamente es complicado recordar nuestro yo niño, casi siempre uno recuerda a la perfección momentos traumáticos, pero quién no recuerda traumas.
Extrañaba cada momento y artículo de la cotidianidad, cuestiones que siempre detonaron en ella, la única forma de ser verdaderamente. También extrañaba sentir. Se había hecho una bolita tan pequeña y apretada que la acción de sentir, muchas veces, se le complicaba.
Necesitaba un nuevo acantilado, uno donde el caos estuviese ahí, latente, vivo y contagioso. Quería sin pensar en nada más que una jeringa estuviera cargada con 3 mililitros de caos y así poder, sin miedo alguno, inyectarlos en su ser. Quería ser como su habitación, desordenada, para a la vez armónica, así, ella percibía el caos.
Quería el caos que cargaba la caja de pandora, pero no quiso buscar este artefacto pues había escuchado unos años atrás que alguien más ya lo había utilizado.
A veces, cuando quería llorar, encendía ese radio que toda la vida la había acompañado y era como si alguien dentro de su ser le apretara todas las lágrimas que guardaban sus ojos y estas salieran fuertemente, hasta que ella decidía irse o simplemente se quedaba dormida. Entonces, cuando despertaba sus ojos estaban enormes, hinchados de tristeza y eso no se le iba sino hasta muchas horas después.




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