Domingo absurdo.
Ayer quise que el cigarrillo que
fumaba existiera para siempre, hasta que llegaras y atravesaras mi entorno como
humo que se disipa, se contorsiona, se estira.
Ayer entre letras deliciosas y
frases con sabor a noquieroparardeleer,
sentía que podía ser eterna, que no necesitaba tiempo, que lo único que me
impedía seguir como mortal era el hecho de esperarte, de mirar de reojo hacia la
puerta y sentir que venías, de ver con el rabito del ojo para querer engañar a
mi cabeza y decirle: no, no lo estoy pensando.
Ayer, pensé que podía escribir de
nuevo, porque nutrí mi mente con significados, con emociones y sensaciones
ajenas, lo suficiente como para reconocerme en ellas aunque fueran
completamente opuestas a mí.
Y ahí existe un tipo de belleza que
solo la entiende el que la vive, que es el reconocerse en el otro, el vivir de
la imagen que reflejas en los opuestos, en las diferencias.
Gracias al ayer logré entender que
podían pasar muchas cosas de nuevo, que mi mente seguía viva, que mi alma no estaba tan
guardada y agobiada por esas emociones que te quitan las ganas de sentir la
esperanza, que dentro de todo, una lectura trae en su interior la espera
suficiente para que llegue ese detalle exacto que estaba en tu cabeza y se hizo
realidad.
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