Á R B O L
Sus ramas se hacían tan grandes que yo solo pensaba y volaba en ese valle de cometas, de aviones amarrados a la tierra con un cordel y yo sólo me movía al ritmo del viento que nos alejaba de todo y nos despejaba la mente, nos hacía olvidarlo todo. Y caminábamos por las nubes y desde allí arriba observábamos los colores y las colas de las cometas, mientras nos adornábamos la tarde melancólica con música incluso más taciturna que ese fragmento del día y queríamos llenarnos los ojos con cascadas marítimas y que éstas nos llevaran donde un triste azul se apoderara de nosotros, pero a la vez nos llenara de paz, de esos días grises que tanto nos gustaba compartir y más si era un día Domingo, Juanane decía que yo debía llorar y que la tarde era perfecta para volar cometa y que ese lugar, donde los árboles dejan de crecer era perfecto para estar, para ese instante, para ser, para volar, para cantar, para sonreír, para recostarnos en el piso e imaginar que volábamos como las cometas que es...