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Mostrando entradas de diciembre, 2012

DÍA FELIZ.

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Resulta que hoy quiero escribir, hoy quiero susurrarle a las nubes que se me desvanece la tristeza, que llegan los buenos días, que resumo mi vida como un experiencia inolvidable, que suspiro y me siento como mujer nueva. Que camino y se me iluminan los ojitos, que el cielo se introduce en mis pulmones y se hacen azules, se llenan de agua y me vuelvo respirante de aguas crudas, de aguas con poderes. Resulta que soy de esas que no explican el porqué de lo que sienten, tan solo se limitan a sentir. ¡Pero que limite! Un límite casi infinito un límite que se vuelve provechoso y lleno de muchas cosas que a fin de cuentas hacen que la vida tenga esencia que tenga un valor y que aunque no cuadre con casi nadie se convierte en lo mejor. Eso de ser sentipensante se hace increíble, se hace inhumano y hace que cada instante de la vida cuente, cuente y no se pierda. De repente la felicidad me consumió sin motivo alguno, me lleno hasta el tope, pero como cosa rara no supe explotarla, tan so...

JUAN

La rosa que me regalaste ayer  murió en la madrugada, mientras yo me iba mezclando con la noche, mientras las estrellas y el aro que tenia la luna a su alrededor me sometían en los sueños más convenientes y felices, al entrar me sujetaba fuertemente con las dos manos del recuerdo de esa rosa amarilla, amarilla como tu felicidad, como tu sonrisa de niño. Ese recuerdo me hería y de cierta forma también me torturaba placenteramente, tanto que me envicie a ese dolor, dolor que solo un buen masoquista podría soportar, ahí fue cuando descubrí que mi masoquismo era algo serio, algo que no controlaba y que cada día se hacía más y más fuerte. Y tu rosa se hizo mi historia, mi dolor, mi placer, mi vicio, a lo mejor y fue gracias a tu esencia oculta entre sus tantos miles de pétalos, fue así como entre miles y miles de dolores placenteros mi fe fue más ciega que cualquier otra, mi fe fue la cúspide de muchas satisfacciones, pero más adelante de muchos engaños, engaños que ni el masoquis...

SIMON

Te conocí y no lo recuerdo, solo sé que los dos vestíamos de rojo y que estábamos en un lugar donde los juegos ni los amigos sobraban, pero por alguna extraña razón fuiste el más duradero, el que me llevaba zapatitos de muñeca y me hacia sonreír. Crecimos mediante fuertes golpes de cabeza, que quizás estremecieron nuestras neuronas y nos hicieron grandes pensadores e interrogantes del mundo. Nos sumergimos en una fantasía donde no sobraba el barro, los abrazos, las casitas de madera, los parques, las serpientes de colores, los vistazos a la terrorífica casa del pirata y las extensas caminatas que según tus pies y tu energía no parecían tan extensas. Usábamos overoles que no definían un color de base pues las manchas de pintura, tierra y polen hacían parecer que vestíamos arco íris. Te esperaba mientras tú le dabas la vuelta al mundo, te ibas a un lugar que no conozco, un lugar que yo pensaba que estaría más cerca. Llegaste extraño, cambiado, más grande, ya no éramos los que jugábamo...